La voz de Karina del Pozo vive en la lucha feminista

La voz de Karina del Pozo vive en la lucha feminista

En febrero de 2013 la quiteña Karina del Pozo fue brutalmente asesinada. “¿Quieres ver cómo se mata a una puta?” fue una de las frases que pronunció uno de sus asesinos. Tras el crimen, se presentó una iniciativa ciudadana que impulsó el debate legislativo para tipificar el femicidio en Ecuador.

María Fernanda Almeida

Fotos: Gianna Benalcázar - Silenciadas
Fotos: Gianna Benalcázar – Silenciadas

El próximo 14 de octubre del 2023, Karina del Pozo celebraría su cumpleaños número 31. Quizá estudiaría veterinaria o leyes como alguna vez lo imaginó o cumpliría su anhelo de ser becada en la Universidad UTE por su destreza para el básquet. Pero todo se truncó porque, en 61 minutos, la violaron, la estrangularon y la asesinaron. 

Su cuerpo fue encontrado el 27 de febrero de 2013, siete días después de ser reportada como desaparecida. Estaba abandonada en una quebrada, en el norte de Quito. A un metro y medio del cadáver cubierto con ramas, colgaba un dije de búho y una bolsa de comida para mascotas. 

Karina falleció por una fractura en el cráneo, luego de recibir un golpe con una piedra. Por este crimen, hay tres hombres sentenciados que cumplen una pena de 25 años. 

“(…) De pronto mi prima tenía una labor aquí en este mundo, ella tenía que sufrir para que otras personas que lastiman, que dañan, que asesinan puedan ser juzgadas porque gracias a ella se pudo tipificar el femicidio”, expresa María Fernanda del Pozo, prima de Karina. 

Y así fue. El 2 de abril de 2013, cinco días después de que la joven quiteña fuera encontrada muerta, su familia, abogados, artistas, políticos, académicos y activistas presentaron la iniciativa ciudadana “Karina del Pozo” ante la Asamblea Nacional. Era una carta pública dirigida al entonces presidente del Legislativo, Fernando Cordero, en la que pedían que se incluya al feminicidio, entendido como el asesinato intencional de una mujer por el hecho de ser mujer -que involucra al victimario, a la sociedad y al Estado- como delito en el debate de la reforma del Código Orgánico Integral Penal (COIP). Esta iniciativa también exigía el fortalecimiento de las sanciones y 35 años de cárcel para los feminicidas. 

Gina Godoy, quien en esa época era vicepresidenta de la Comisión de Justicia de la Asamblea Nacional, recuerda que organizaciones como CEPAM Guayaquil y colectivos feministas peleaban desde hace años por condenar judicialmente los asesinatos en contra de las mujeres por su género, pero la muerte violenta de Karina fue el impulso que hizo que en el Código Penal, que entró en vigencia en abril de 2014, se incluyera el artículo 141 que estipula al femicidio como un delito. La figura que se acogió en la legislación ecuatoriana, a diferencia del feminicidio, reconoce el asesinato de una mujer por el hecho de serlo, pero exime la coresponsabilidad del Estado. 

“El asesinato de Karina contribuyó para que la ciudadanía comprendiera por lo que estábamos luchando. No es que ella apareció muerta nada más. Fue violada, ultrajada, lastimada y asesinada de una manera supremamente cruel, estando en una condición de absoluta desventaja”, describe la ex legisladora en una entrevista para Silenciadas.

Además, alega que en la cobertura mediática del caso nunca se dio cabida para conocer la historia de Karina, saber qué hacía o qué le gustaba. Incluso después de ser asesinada fue condenada públicamente por ser bonita, por ser modelo, por ser mujer.

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Karina del Pozo nació en Quito en 1992. A los 11 meses su padre falleció con cáncer y quedó al cuidado de su madre María Teresa Mosquera y sus cuatro hermanos: María Cristina, Francisco, Erika y Milton. Vivían en Cotocollao, en el barrio 23 de junio, en el norte de la capital. 

Desde muy pequeña, esta niña de cabello castaño, delgada y de ojos oscuros, era la sombra de su madre. No solo la veía en casa sino que compartía tiempo con ella en la escuela fiscal Manuelita Sáenz, donde estudiaba, mientras María Teresa dictaba clases.

El bachillerato lo estudió en Las Mercedarias donde conoció a Alejandra Ojeda. Aunque era un año menor, ambas tomaban el transporte escolar y vivían a dos cuadras de distancia. Alejandra aún conserva cartas, dibujos, fotos, un frasco de perfume y un collar rojo que Karina le obsequió en San Valentín. “Comenzamos a llamarnos todas las tardes, nos contábamos todos los chismes, lo que pasaba con nuestras familias (…) No nos bastaba el tiempo para divertirnos”.

Este es el extracto de una carta que Karina le dedicó a Alejandra, seis años antes de ser asesinada:

“Tú eres muy especial y sabes que si algo necesitas estaré ahí para 

ayudarte (…) Además de ser una chica guapa tienes unos hermosos

 dotes que Dios ha puesto en tu vida. Solo te digo que los chicos no son

 todo en el mundo y menos en la vida de una (…) muchos te van a querer 

por lo que eres y será el tiempo que Dios te ponga, no te apresures (…)

 Te quiero mucho como una ñañita, te mando un besote y no te olvides 

que una amiga estuvo ahí para apoyarte y esa chica se llama Kary”.

 

 

A los 12 años, Karina tenía fascinación por el básquet, era seleccionada del colegio. Alejandra recuerda que en las tardes iban juntas a las canchas del barrio a practicar. Ambas formaron el primer equipo del barrio 23 de junio. Armaron un panfleto que pegaron en los postes, en las tiendas. “Así conocimos a casi todos los chicos del barrio: David, Javier, Jhonatan, el Chino (…) De vez en cuando nos tomábamos una cerveza a escondidas de nuestras mamás y nos enseñaron a fumar”.

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En esa misma época, entre 2005 y 2007, Ecuador era un país en que no se hablaba del femicidio pero en el que sí se mataban a mujeres. La Comisión de Transición hacia el Consejo de las Mujeres y la Igualdad de Género publicó un estudio — en esos mismos años—  en los que de 170 homicidios de mujeres reportados en Guayaquil, Esmeraldas, Cuenca y Portoviejo, el 76% era por condición de género y un 16,3% se intuía que tenía que ver con la misma realidad.

Mayra Tirira, abogada de Surkuna, organización que defiende los derechos de las mujeres, advierte que en el Código Penal de 1971 había un artículo que daba luz verde al femicidio. “Están exentos de sanción penal el padre, abuelo o hermano que hiera, golpee o mate a la mujer (hija, nieta o hermana) sorprendida en un acto carnal ilegítimo”, decía la ley que fue suprimida en 1982. 

A una década de la tipificación del femicidio en Ecuador, Tirira cree que hay avances importantes. Solo el hecho de declararlo como un delito lo es, al igual que contemplar entre 22 y 26 años de prisión más agravantes para los femicidas. Sin embargo, la abogada asegura que hay mucho por hacer. 

Según Fundación Aldea, organización que hace un mapeo de femicidios en Ecuador, en el país una mujer es asesinada cada 26 horas. Muchas mueren con la boleta de auxilio en las manos. Paradójicamente, de los 1.686 femicidios e intentos de femicidio registrados en los últimos 9 años, sólo el 30% tiene sentencia condenatoria, de acuerdo a datos de la Fiscalía General del Estado. Además, a causa del femicidio, al menos 1.526 niños, niñas y adolescentes quedaron en orfandad. 

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A Karina del Pozo la recuerdan como una chica muy alegre, amiguera y vivaz, con muy buen sentido del humor; aunque parte de esa chispa se apagó a sus 15 años, cuando su madre murió de cáncer en junio de 2009. 

“Nunca volvió a ser la misma. Parecía que su alma había cambiado. En ella había una felicidad dolorosa. Sus ojos ya no eran los mismos, su forma de hablar, de hacer las cosas, era como que todo el tiempo estuviera decepcionada de la vida (…) comenzó a decir cosas como: ‘no puedo creer en Dios, no es posible que sea así de malo conmigo’”. Alejandra incluso recuerda que sus papás le ofrecieron que viva con ellos hasta que cumpla 18, pero Karina no quería dejar solo a su hermano Milton. 

Poco a poco fue decayendo en sus estudios, faltaba a clases con frecuencia y en quinto curso se cambió al Colegio Nuevo Ecuador, donde estudió de forma semipresencial. Además, buscó trabajos esporádicos como impulsadora. Trabajó como modelo para varias marcas y eventos y colaborar con los gastos del hogar. Así conoció a mucha gente como Pablo Estrella, con quien empezó una relación. Él era músico. Tenía 38 años, ella 18. 

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Pablo aún conserva el recuerdo más vivo de ella: su perro Thor, uno de los cachorros que parió Charlotte, la perrita de Karina, días antes de que fuera asesinada en 2013. “Es el mimado de la casa. Yo le hablo a veces de ella, le cuento cosas y, cuando pienso que él estuvo en sus manos y ahora está conmigo, me da paz”. 

Se conocieron por amigos en común. A Pablo le cautivó su alegría, su gusto por el rock, la salsa y su amor por los animales. Pablo solía dedicarle una de sus canciones favoritas: Flaca, de Andrés Calamaro. Pasaron muchas horas haciéndose compañía. “A mi me gusta la cocina, yo le enseñaba. Cuando iba a su casa veía que había comprado las mismas cosas que yo tenía para cocinar. Eso me conmovía (…) recuerdo que su plato estrella era el atún con papas fritas”. 

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El tratamiento mediático que tuvo el asesinato de Karina del Pozo caló profundamenta en su familia y conocidos. 

La académica, escritora y periodista Cristina Burneo, quien era docente en una universidad de Quito en 2013, recuerda que sus alumnas eran amigas de Karina del Pozo y así nació Palabra, una columna de opinión que construyó con ellas y que desenmascaró un discurso discriminatorio y misógino que la condenó por “salir sola en la noche”, por “pasarse de tragos”, “por irse con cualquiera”. 

“Un  crimen  de  odio  que  debe  ser  juzgado como tal. No acepta que se culpe a la mujer agredida. No acepta que se reste valor a su palabra. No acepta que se desacredite su derecho a expresarse. Y recupera su  memoria  y  su  palabra  para  que  otras  puedan  salir  de su casa. Ser mujeres”, fue uno de los fragmentos de este escrito, publicado en diario Hoy el 17 de marzo de 2013. 

Para Alejandra el tiempo no ha pasado. Aún su voz se entrecorta cuando revive el sufrimiento que vivió hace una década. Su mente, incluso, borró el discurso que dio en el velorio de su mejor amiga. Ella no ha dejado de luchar para que más mujeres no sufran y no sean violentadas ni abusadas. 

“Puedo decir que algo se despertó en mí (…) para mi es la lucha constante de salir a gritar y exigir justicia en las marchas feministas, en el 8M (…) Lo voy a seguir haciendo porque sé que la Kary se merece eso. Es lo mínimo que puedo hacer para que ella esté bien”.

En 2018 tras la tipificación del femicidio en Ecuador se aprobó la Ley Orgánica Integral para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres. Un año después, el presidente de ese entonces, Lenín Moreno, creó el Bono para niños, niñas y adolescentes en situación de orfandad por femicidio


María Fernanda Almeida es magíster en Periodismo Escrito. Ha trabajado en medios de comunicación nacionales e internacionales cubriendo temas relacionados con género, migración y derechos humanos. Fundadora de Habitación Propia, un laboratorio de contenidos sobre maternidades y paternidades en Ecuador.