Algorítmicamente, este es el momento de Germán Cáceres. No sorprende entonces que la discusión pública en redes sociales se repliegue sobre su personaje, propiciando una oportunidad para “revisar” sus acciones.
Luciana Musello y Constanza Puente

En septiembre de 2022, el femicidio de María Belén Bernal ocurrido en Quito tomó fuerza en redes sociales amplificado por personas que pedíamos justicia. Tres meses después, en diciembre pasado, el presunto femicida, el teniente de la policía Germán Cáceres, fue capturado en Colombia. De un momento a otro, el clamor por justicia y memoria se disolvió entre pronunciamientos en defensa del acusado que encuadran el crimen dentro de la retórica del “error”. Así, las plataformas digitales que habían funcionado como un espacio de protesta se convirtieron en otra herramienta de revictimización.
Hay una disputa por la narrativa que ocupa el espacio virtual. Esta es una disputa política, pero también algorítmica. El caso de María Belén Bernal demuestra que, para sostener una narrativa de justicia ante la violencia de género, es necesario tomar decisiones y diseñar estrategias que consideren el rol de los aspectos técnicos de las plataformas en la amplificación y supresión de ciertos discursos y debates. Y estos son nuevos espacios de lucha a considerar.
La amplificación digital del relato que justifica al femicida revela la facilidad con la que es posible perder el control de una narrativa en redes sociales. Esto sucede porque nuestros intercambios no toman lugar en un entorno digital neutral. Por el contrario, a través de sus funciones técnicas y algoritmos que seleccionan automáticamente qué contenidos se hacen visibles, las redes estructuran la interacción, dan forma a la discusión pública y estratifican la visibilidad. De hecho, podríamos decir que estas plataformas codeterminan las narrativas que disputamos como feministas. Vale la pena entender cómo.
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Las redes sociales han acelerado nuestras comunicaciones. Nos deslizamos por flujos de información producidos en tiempo real que nunca se agotan. Y aunque podríamos celebrar que estamos más informadas que nunca, la aceleración tiene un doble filo para el activismo feminista. Por ejemplo, la invitación de Twitter a compartir “qué está pasando” promueve la publicación de actualizaciones y reacciones sobre las noticias de última hora, pero no la creación de un foro para la discusión y reflexión que permita sostener una narrativa de justicia. Algunos teóricos han argumentado que la instantaneidad de las redes sociales y su enfoque en la novedad transforman la comunicación en un espectáculo donde lo que cuenta es la actualización más reciente.
El seguimiento a la captura de Gérman Cáceres en redes sociales es un ejemplo de esta deformación. Desde su detención el 30 de diciembre de 2022, la cobertura en tiempo real de cada uno de sus movimientos, amplificada a través de retuits, lo ha convertido en un trending topic, en una tendencia que se eleva sobre otros temas, miradas y sensibilidades que, de repente, ya no son tan “frescas” para ser seleccionadas por el algoritmo.
Algorítmicamente, este es el momento de Cáceres. No sorprende entonces que la discusión pública se repliegue sobre su personaje, propiciando una oportunidad para “revisar” sus acciones. En entornos digitales en donde la visibilidad es asignada por algoritmos, se debe tomar en cuenta que las ideas que buscamos posicionar siempre compiten por atención con otros discursos. Se convierten en tendencias fugaces que se disipan tan pronto llega el próximo tema. La generación de contenido nuevo desecha el contenido anterior.
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Ahora, aunque los algoritmos de las plataformas determinan qué temas son “relevantes” en momentos específicos, cabe preguntarse de qué manera nuestras prácticas como usuarias legitiman esa aparente relevancia para potenciarla. En este sentido, ¿es estratégico responder a la narrativa que defiende a Cáceres?
En el momento de criticarlo en redes sociales, en realidad amplificamos masivamente el discurso que buscamos erradicar. De repente, mensajes que tratan de explicar el femicidio por el consumo y abuso del alcohol o que alegan una responsabilidad compartida con la víctima se posicionan como posibilidades reales y se legitiman en la conversación, motivando a que otros perfiles con mayor alcance e influencia las difundan también. Cuando compartimos y retuiteamos acríticamente nos involucramos en lo que la teórica Jodi Dean llama “fantasía de la participación”: pensamos que estamos cambiando algo pero, en realidad, solo estamos contribuyendo a la amplificación errática de un discurso disponible y al cual adherirse.
Como activistas feministas debemos cuestionarnos qué discursos vale la pena criticar y, por lo tanto, extender. Por supuesto, estas son decisiones difíciles. Nos debatimos entre la opción de actuar para reposicionar nuestra narrativa feminista y señalar el pacto patriarcal, o no actuar para suprimir la difusión de ideas revictimizantes. A esto hay que sumar que la competencia por visibilidad en redes sociales no se da sólo entre quienes defienden a Cáceres y quienes exigen justicia para María Belén. Tras este caso de feminicidio -que implica al aparato estatal– hay cientos de muertes violentas de mujeres que no han alcanzado las interacciones aparentemente necesarias para constituirse como “relevantes” en el entorno virtual y peor en la agenda política. Lo que abre otra interrogante, ¿convertirse en tendencia es el camino para alcanzar justicia?
Luciana Musello es comunicadora y docente especializada en teoría del internet y medios digitales. Es profesora en el Colegio de Comunicación y Artes Contemporáneas de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ).
Constanza Puente es feminista y estudiante de Cine en la Universidad San Francisco de Quito. Su práctica artística incluye la poesía, el guion, la fotografía y la dirección cinematográfica. Trabaja en el área de redacción y producción audiovisual de Radio COCOA.